Estamos poco preparados para morir. Distraemos el pensamiento y las emociones ante el ineludible fin de la propia existencia. Se nos educa a vivir de espaldas a la muerte. En las instituciones educativas y familias nos enseñan a desarrollar la primera inteligencia de la que habla Rumi en su poema sobre las dos inteligencias: a ser personas útiles para el sistema económico del siglo XX, ni tan siquiera de nuestro siglo actual. Sorprendentemente no hay mapas para guiarnos en cómo vivir y morir en paz. Eso no impide que cada día que pasa es uno menos de vida. No es que la muerte aceche, es que la muerte es donde va la vida.
El miedo a la muerte no me deja vivir
Desde que nacemos, cada instante que pasa estamos más cerca de nuestro fallecimiento. Todos sabemos que moriremos, no sabemos ni cuándo ni dónde. Ante la insoportable incertidumbre de lo que el filósofo Fernando Sabater describió como “extremos oscuros del ser y dejar de ser”, sufrimos cuando se acerca el momento de nuestra muerte y también la de nuestros seres queridos. Guiados por los hilos ocultos del mito de “luchar por la vida a muerte” nos llenamos de angustia. La creencia es que la medicina fracasa cuando alguien muere. Habitar un cuerpo debilitado por la enfermedad y querer morirse está mal visto. Dejar de probar un nuevo tratamiento con un bajo porcentaje de éxito y unos efectos secundarios devastadores se considera un disparate. Es más, nos parece cuerdo someter al cuerpo a cualquier tratamiento o intervención quirúrgica si en algún porcentaje, por pequeño que sea, puede alejar la muerte de nuestros cuerpos. El mito que circula parece preferir la vida a cualquier precio frente a la muerte, tal vez una muerte digna, consciente y sin dolor.
Miedo a la muerte de un ser querido
Hemos normalizado ocultarles a los moribundos su inminente final. La mayoría agonizan, sin más compañía genuina que sus difíciles emociones, acompañados, o no, por familiares aterrorizados como ellos o más. Igualmente, en las unidades de cuidados intensivos y de paliativos de los hospitales se ocultan los cadáveres. Con esta misteriosa estrategia la visita al enfermo no está tan expuesta a la frágil línea entre vivir y morir. Del mismo modo, con frecuencia, cuando alguien se muere, lejos de aceptar que le llegó su hora, ponemos a nuestro Dios en el banquillo de los acusados, y si no tenemos fe entonces a los médicos o al hospital. Estamos más acostumbrados a buscar culpables que a considerar que la muerte es imparable y no es negociable, nos toma a todos.
En vez de temerla desde el mito de la figura oscura que nos acecha con la guadaña, podemos entenderla. Podemos profundizar en ella y hacerle espacio como una maestra secreta que nos habita y, a su vez, permanece oculta mientras el corazón siga latiendo. Ella tiene una gran sabiduría que compartir con nosotros si aprendemos a percibirla sin rechazarla, abrazándola por lo que es, tal y como hacemos con la vida.
Como superar el miedo a la muerte
Morirse o acompañar a quien atraviesa esta vertiginosa frontera a la que todos estamos convocados es difícil, doloroso existencialmente, y sumado a esto es un tema tabú. Cada persona necesita un tiempo para morir, para entregarse a la inevitabilidad, avanzando con dignidad.
No obstante, el alma o el espíritu a veces integra mejor que la razón; esta primera inteligencia a la que venimos adoctrinando a luchar contra la muerte. Pareciera que, en la soledad, en el silencio, en la perturbación de la despedida, el alma tomara protagonismo. A veces, esta Luz que nos habita aprende a sublimar las cuestiones inconclusas en nuestro currículum de vida. Es una misteriosa energía que nos permite aflojar el aferramiento al cuerpo y coger carrerilla para impulsar la transformación que nos espera. Por eso, a veces, es más fácil abandonar la vida que se desvanece cuando los familiares y amigos más íntimos, estando afectivamente cerca, no están físicamente presentes.
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